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-¡Usted me angustia! -exclamó-. Después de todo, es mi hermano; y sus talentos... Sus talentos. -Al llegar aquí
su voz se quebró, y antes de que el doctor lo advirtiese se había echado a llorar.
-Sus talentos son de primera -dijo el médijo-. Tenemos que hallar el campo adecuado para ellos. -Y le aseguró,
con todo respeto, la pena que le había causado el haberla trastornado así-. Lo he hecho por mi pobre Catherine -
continuó-. Tiene que conocerla y entonces verá.
Mrs. Montgomery se limpió las lágrimas, y enrojeció por haberlas derramado.
-Me gustaría mucho conocer a su hija -repuso; y luego, en un instante-: ¡No consienta que se case con él.
El doctor Sloper salió sintiendo que en sus oídos resonaban las palabras: "¡No consienta que se case con él! Le
proporcionaban la satisfacción moral de que había hablado, y las valoraba tanto más, porque evidentemente le
habían costado mucho al orgullo familiar de la pobre Mrs. Montgomery.
15
El doctor estaba intrigado por el proceder de Catherine; su actitud en aquella crisis sentimental le parecía
extraordinariamente pasiva. No le había vuelto a hablar, después de la escena de la biblioteca, el día anterior a
su entrevista con Morris; y pasó una semana sin que se produjese ningún cambio en su actitud. En ella no había
ninguna invocación a la piedad, y el doctor quedó un poco decepcionado al ver que Catherine no le daba una
oportunidad de borrar su dureza pasada, con alguna manifestación de liberalidad, que operase como
compensación. Estuvo pensando en ofrecerle hacer un viaje por Europa; pero decidió hacerlo únicamente en el
caso en que ella pareciese hacerle mudos reproches. Creía que su hija mostraría una habilidad para los
reproches mudos, y se sorprendió al no verse expuesto a aquellas baterías silenciosas. Su hija no decía nada, ni
tácita ni explícitamente, y como generalmente hablaba poco, en su reserva no había una reserva especial. Y la
pobre Catherine no tenía mal humor, para ello le faltaba talento histriónico; tenía, sencillamente, una gran
paciencia. Estaba pensando en su situación, y lo hacía de un modo deliberado y desapasionado, con el fin de
sacar el mejor partido de ella.
-Ella hará lo que yo le he dicho -se dijo el doctor; y luego hizo la reflexión de que su hija no era una mujer de
gran espíritu.
No sé si el doctor esperaba una mayor resistencia que le proporcionase mayor diversión; pero se dijo, como
había hecho antes, que, a pesar de sus momentáneas alarmas, la paternidad. no era una vocación emocionante.
Entretanto, Catherine había hecho un descubrimiento muy diferente; había descubierto que era muy
emocionante el tratar de ser una buena hija. Tenía una sensación enteramente nueva, que podía describirse
como un estado de expectación ante sus propios actos. Se observaba como si hubiese observado a otra persona,
y se preguntaba qué haría. Era como si aquella persona, que era a la vez ella y no ella, hubiese nacido de
repente, inspirándole una curiosidad natural acerca de la realización de funciones no comprobadas.
-Me alegro de tener una hija tan buena -le dijo su padre, besándola, al cabo de varios días.
-Yo trato de ser buena -repuso ella, volviéndose, con la conciencia no del todo tranquila.
-Si deseas decirme alguna cosa, ya sabes que no debes vacilar. No estás obligada a guardar silencio. No me
importaría que Mr. Townsend se convirtiera en tópico corriente de nuestra conversación, y cuando tengas algo
que decirme acerca de él, tendré mucho gusto en oírte.
-Gracias -repuso Catherine-. Por ahora, no tengo nada que decirte.
El doctor no le preguntó si había visto de nuevo a Morris, pues estaba seguro que si lo hubiese hecho se lo
habría contado. Realmente, Catherine no le había visto; sólo le había escrito una larga carta; el menos, la carta
era larga para ella; y puede añadirse que para Morris lo fue también; consistía en cinco páginas, de letra
notablemente clara y linda. Catherine tenía una letra preciosa, y hasta estaba un poco orgullosa de ella: le
gustaba mucho copiar, y poseía volúmenes enteros de extractos que daban testimonio de su habilidad;
volúmenes que había mostrado a su amado, una vez que sintió con mayor fuerza la felicidad de ser importante
para él. Catherine le dijo a Morris, por escrito, que su padre le había manifestado su deseo vehemente de que no
le viese más, y ella le rogaba que no volviese a la casa hasta que ella "tomase una decisión". Morris le contestó
con una epístola apasionada, en la cual le preguntaba, en nombre del Cielo, qué era lo que tenía que decidir.
¿Acaso no se había decidido ya dos semanas antes, y es que era posible que acariciase la idea de romper con él?
¿Iba a flaquear al comienzo de la prueba, después de tantas promesas de fidelidad? Y le hacía una relación de la
entrevista con su padre -relación no del todo de acuerdo con la dada en estas páginas-. "Estuvo muy violento
-escribía Morris-, pero ya conoces el dominio que tengo de mí. Tengo que echar mano de todo él, cuando
recuerdo que dispongo de él, para terminar con tu cruel cautividad." En respuesta a esto, Catherine le envió una
nota de tres líneas: "Estoy en una situación difícil; no dudes de mi cariño, pero déjame tiempo para pensar." La
idea de una lucha con su padre, de oponer su voluntad a la de él, le oprimía el alma, y le hacía guardar silencio,
como un gran peso fijo nos mantiene inmóviles. En su espíritu no había entrado la idea de terminar con su
amado; pero quería asegurarse de que había algún medio específico de solucionar la dificultad. La seguridad era
vaga, pues no contenía ningún elemento de convicción positiva de que su padre mudase de opinión. Sólo tenía
la idea de que si ella era buena, la situación mejoraría, de modo misterioso. Para ser buena, tenía que ser
paciente, exteriormente sumisa, evitar hacer algún juicio duro contra su padre, y no cometer ningún acto de
franco desafío. Después de todo, él tenía razón, quizás, para pensar así; para ello Catherine no necesitaba creer
que el juicio del doctor acerca de los motivos de Morris para casarse con ella era justo, sino que era natural que
los padres concienzudos fuesen recelosos e incluso injustos. Probablemente, en el mundo había personas tan
malas como su padre sospechaba que era Morris, y si hubiese la menor probabilidad de que Morris fuese uno
de aquellos siniestros seres, el doctor tenía razón en tomarlo en cuenta. El no podía saber lo que sabía ella, que
en los ojos del joven se leía el amor más puro; pero, con el tiempo, el Cielo proporcionaría algún medio de que
se enterase. Catherine confiaba mucho en el Cielo, y esperaba que la ayuda divina la sacase de aquel dilema.
Ella no se creía capaz de comunicarle tal conocimiento a su padre; incluso en sus errores e injusticias había algo
superior. Pero, al menos, ella podía ser buena, y si era buena, el Cielo hallaría algún medio de reconciliar todo
aquello: la dignidad de los errores de su padre, y la dulzura de su propia confianza, el estricto cumplimiento de
sus deberes filiales, y el disfrute del afecto de Morris Townsend. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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