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escaleras, ante una bebida que no probaba. Carlin, que vestía secretamente a las chicas
plebeyas con ropajes cortesanos, y también al hampa elegante, le había tomado las
medidas y le había proporcionado verdes y azules a cambio de las piezas de su tesoro
que había decidido utilizar. El viejo había intentado regatear en cada pieza, pero con la
supervisión de la señora Cannon, Cade había logrado salir del trato con dos series
completas de prendas, dos semanas de exorbitantes gastos de «alojamiento» pagadas y
suficiente cantidad de dinero. En su habitación, detrás de una de las estanterías, había
encontrado un lugar donde ocultar las piezas que le quedaban: una última caja de oro que
contenía media docena de alhajas más pequeñas.
Con esta seguridad (un lugar donde vivir, ropa nueva, buena comida, dinero en el
bolsillo, una envidiable reputación y una reserva oculta) podía dedicarse por completo a la
búsqueda de la muchacha del Misterio Cairo. Hizo unas cuantas preguntas, pero no
encontró indicio alguno que pudiese conducirle a ella. Se sentaba todas las noches en su
mesa, con la silla vuelta hacia la puerta, mirando a todos los que llegaban, invitando a
cualquiera que hablase... lo cual significaba a todos...
Primero fueron la señora Cannon y sus chicas. Luego se decidió a preguntar
abiertamente, al descubrir que no era extraño intentar renovar una relación con una chica
que hubiese producido una profunda impresión en un hombre. Pero nadie sabía de ella,
nadie recordaba haberla visto salvo aquella noche en que se había encontrado allí con
ella.
Era un retroceso, pero no tenía otro lugar posible donde buscar salvo Baltimore... y en
una ocasión no habían tenido ningún problema para llevarle allí. Si nadie en Cannon le
conducía a la chica, actuaría sin ella, y gradualmente fue elaborando un plan alternativo.
Mientras iba construyéndolo, pasadas dos semanas de estancia allí, se dedicó a escuchar
a todos los que fueron sumándose a la interminable procesión de personas que querían
hablar mientras Sonriente pagaba.
Conoció a un marciano que había abandonado su nave y para acabar dedicándose a la
bebida y a pequeños robos. Durante dos noches Cade le oyó maldecir su mal paso:
parloteó monótonamente sobre su familia y su pequeña refinería de hierro; y una chica
que había quedado allá, con la que podría haberse casado y haber tenido hijos. El
marciano no volvió la tercera noche, ni nunca.
Perdió una noche. Se trataba de un hombre tranquilo, que se expresaba bien, de pelo
gris, que había sido ladrón de altos vuelos y se había retirado a disfrutar de sus
«ganancias». Apareció por primera vez la cuarta noche de Sonriente en el bar, y durante
casi una semana volvió todas las noches. Era una mina de información sobre las
costumbres, los sistemas, el argot y los usos del hampa, sobre la corrupción de los
vigilantes, la prostitución organizada y el manejo de objetos robados. La última noche, la
noche desperdiciada, después de charlar y beber durante una hora, le confió súbitamente
que poseía una verdad secreta desconocida por los demás hombres. Inclinándose sobre
la mesa, emocionado, murmuró claramente:
 ¡Las cosas no han sido siempre como son ahora!
Cade recordó los ritos del Misterio y se inclinó también sobre la mesa para escuchar.
Pero su esperanza se vio defraudada; el elegante viejo era un lunático.
Decía haber encontrado un libro, años atrás, cuando aún se dedicaba a robar. Se
titulaba «Lectura de sexto grado». Pensaba que era increíblemente viejo y murmuró, casi
en el oído de Cade:
 ¡Más de diez mil años!
Cade se echó hacia atrás desilusionado mientras el loco continuaba. El libro estaba
lleno de relatos, versos, anécdotas, muchos de ellos basados, al parecer, en hechos
reales y no de ficción. Pero todos tenían algo en común: ninguno mencionaba al
emperador, a Klin, a la Orden ni al Reino del Hombre.
 ¿Te das cuenta de lo que significa eso? ¿Te das cuenta? Hubo un tiempo en el que
no había emperador.
En vista del aburrido desinterés de Sonriente, perdió el control y habló lo bastante alto
para que la señora Cannon, que estaba en el bar, captase unas cuantas palabras.
Irrumpió en la mesa llena de furiosa lealtad y le echó. Más tarde lo lamentó. Corrió la
noticia, y el incidente provocó la única incursión de los vigilantes en lo de la Cannon
durante la estancia de Sonriente.
Se investigó minuciosamente todo el distrito y hasta Cade hubo de someterse a
interrogatorio. Pero los vigilantes buscaban a otro hombre y no les interesaban los
orígenes de Sonriente. Más tarde, llegó a Cannon la noticia de que habían encontrado al
loco mientras explicaba su desvarío a unos niños en la calle. No sobrevivió a su primera
noche en la Casa de Vigilancia. Aquellas porras de goma, recordó Cade, y se preguntó
qué necesidad habría de tratar tan drásticamente a aquel pobre loco.
Hubo otros que se acercaron a su mesa y hablaron. Un joven de traje color pastel que
interpretó mal la falta de interés de Cade por las chicas y al que inmediatamente se le
aclaró la cuestión. La señora Cannon le expulsó con su áspera advertencia habitual: «¡Y
no vuelvas nunca por aquí!» Pero probablemente no la oyese.
Una noche apareció un tipo mofletudo y sentencioso que había perdido el control a
causa de la bebida. Sonriente le convidó a varias copas porque había estado en el
Misterio Cairo, y en varios otros... Explicó que los misterios eran un buen sitio para hacer
amistades, mostrándose por lo demás reacio a hablar. Cade se atrevió a preguntarle con
mayor insistencia después de haberle hecho ingerir suficiente licor para ofuscar su mente
con el propósito de que a la mañana siguiente no recordase el incidente. Pero sabía muy
poco. Jamás había oído hablar de hipnosis en relación con un Misterio. Según él, nada
tenía que ver con los ritos Cairo una habitación de forma oval y paredes completamente
lisas. Los misterios eran en realidad lugares de reunión y para hacer amistades; los
beneficios eran para tipos listos, como él y Sonriente. Propuso vagamente que creasen un
nuevo misterio con ligeras variantes para hacer dinero a costa de los fieles. Con su
experiencia y el aspecto de Sonriente sería muy fácil. Luego, se quedó dormido sobre la
mesa.
Hubo varios otros. Pero ella no apareció y Cade no oyó ni una palabra sobre ella ni
nadie que se le pareciera.
Cuando transcurrieron las dos semanas que se había concedido sabía mucho más de
lo que sabía antes, pero nada que le condujera a la chica. Era hora de iniciar el otro plan. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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